1.

Cuando Lorena tenía nueve años, ella y su hermana, registrando los armarios de casa en busca de ropa para disfrazarse, encontraron una cinta BetaMax escondida bajo un montón de camisas antiguas. No recuerda dónde andaban sus padres. Ellas estaban solas. No pudieron resistir la tentación de ver el video. Entonces apareció en la tele la Cicciolina, en una de sus películas de los ’70, gimiendo en acrobáticas posturas, gritando palabras que las niñas nunca habían escuchado.
Las hermanas se miraban sonrojadas, reían inquietas. Lorena no recuerda si sabían exactamente qué pasaba. Intuían algo arcano, prohibido, detrás de aquellas imágenes enterradas en el fondo del ropero. Acordaron no contarlo, devolvieron la cinta a su origen. En la cena, mientras sus padres comían muy serios y miraban la tele, las chicas compartían risitas cómplices, un tanto nerviosas. Nunca más hablaron entre ellas de su hallazgo de esa tarde. Según Lorena esa cinta la marcó para siempre. La veía como un anuncio de su destino. Yo siempre le comento que es difícil de decir. Sobre su hermana al parecer no tuvo ninguna influencia. Lorena responde que en realidad nadie conoce al vecino, que quizás su hermana es igual que ella y no lo sabemos.
La conocí en Inventia. Era la chica de la puerta, recepcionista, teléfono, un poco ayudante de nóminas y contabilidad, yo el informático, el chaval para todo que desatascaba la impresora, te encontraba las barras de herramientas del word que habían desaparecido, hacía funcionar el correo y si hacia falta cambiaba una bombilla o arreglaba la maquina de café.
La empresa se dedicaba a la construcción. Fontanería, electricidad, climatización, sistemas contra incendio. Lorena llevaba ya un par de años cuando entré. Empecé a trabajar un 29 de enero, dos días después andaba por raval y entré en un bar, ni siquiera miré el nombre, luego supe que se llamaba Calipso. Detrás de la barra Xamantha y Magenta.

2.

Xamantha es nombre de puta, eso todos lo saben. Buen culo, grandes tetas, rubia, pelo largo, rizado. Magenta aniñada, graciosa, linda. Magenta embruja con silencios. Magenta rosada. Por suerte soy daltónico. Xamantha dice amarme. Lo dice así «te amo». Nunca había oído a nadie esa frase en directo. «Te amo». A cualquier otro le quedaría cursi. En ella suena auténtico. Sus densos labios pintados de rojo diciendo te amo. Tiene el tono. De cualquier forma no le creo.
Magenta no habla. Me mira desde su lado de la barra con esos ojos grandes, a veces sonríe. Y yo imagino cosas. Tiene un rostro curioso, triste quizá. No es una cara de portada de revista pero tiene un aire mágico. El guiri le dedica poemas que seguramente nunca se atreverá a enseñarle.

Magenta brisa
Magenta enigma
Magenta los ojos más lindos de la comarca
Magenta andar flotando
Magenta silencio
Magenta las piernas que salvaría del naufragio

Cada noche paso al menos tres horas en El Calipso. Hablamos, bebo, beben, el guiri se ríe, hace chistes. Al día siguiente voy al trabajo con grandes ojeras. Xamantha se agacha para coger una botella de licor en el estante de abajo y deja ver -me deja ver- el tanga blanca entrando en sus nalgas bronceadas. Yo bebo más cerveza, intento mirar hacia otro lado. No me hace sentir incómodo pero me daría cierto reparo que me descubriera contemplándola. No creo que le importe, incluso pienso que de algún modo le gusta, no puede ser descuido. De todos modos prefiero aparentar timidez y recato.

3.

Los viernes salíamos a comer en el trabajo. Era una especie de tradición de la que fui informado el día que tuve la primera entrevista. Después de leerse mi currículum y comentar un par de cuestiones -¿Por qué te fuiste del hospital aquel? ¿Cuáles son tus defectos como trabajador? ¿Por qué no terminaste la carrera?- Albert me informó de la comida de los viernes.
El primer viernes Lorena se sentó a mi lado. Hablamos de cine. Ella era fans de los coreanos, chinos, tailandeses, yo reía hablándole de Jackie Chang y Jet Li. «¿Qué es una peli de chinos si no hay patadas?» Citaba con soltura nombres que no me sonaban de nada, Park Chan-wook, Zhang Yimou, Pen-Ek Ratanaruang. Introspección. Películas en que no pasa nada. Largos planos en silencio sobre bosques de abedules. Paisajes Zen.
- Y en versión original, claro.
- ¿Chinos hablando chino?
- Y coreano…
- ¿Chinos hablando coreano?
- Chinos hablando chino, coreanos hablando coreano, tailandeses hablando…
- Ya lo entiendo, igual es más sencillo Jet Li, todos hablando inglés, todo doblado, todos contentos.
Se aparta el pelo de los ojos, suele hacerlo. No llega a ser un tic, no es molesto. Supongo signifique algo. Un psicólogo agudo quizás pueda sacar todo un perfil de un detalle así: Lorena González, habla de chinos y se aparta el flequillo de los ojos. Un par de años más tarde se cortará el pelo y aún le quedará ese ademán, una vaga caricia en la frente. Entonces será más difícil de interpretar. El psicólogo agudo podría confundir el gesto con deseos de apartar pensamientos hostiles, ligeras cargas mentales. Buscará más pistas, uñas mordidas, tamborileo de los dedos sobre la mesa, la manera de encender un cigarro. Nadie recordará aquel flequillo rebelde.

4.

El guiri es un tipo vital como todos los de su especie. Jamás parece tener problemas. Siempre riendo y fanfarroneando en su castellano torpe. En verdad es tímido. La primera noche que entré acá él también estaba. No sé cómo escribe sus versos. Supongo los hace en inglés y luego los traduce. Es ingeniero industrial. Una empresa inglesa le paga sueldos ingleses por trabajar en el sol de España. Podía ser un yuppie con corbata follando putas caras en los bares de la zona alta. Prefiere el Raval. Prefiere El Calipso.
Se apoya a mi lado en la barra, me invita a un cubata, habla, me cuenta no sé qué, yo comento distraído una noticia del diario. En los altavoces suena una trompeta. El guiri cierra los ojos y acompaña el ritmo con las palmas. Gira. Baila. Satchmo, dice, I love al tío este. Abre los brazos. Ven nena, baila with the superguiri, dice a Xamantha. Los clientes lo miran, ríen, cuchichean. Xamantha dice que ni hablar. Va entonces a por Magenta. La agarra de una mano y le hace dar un par de vueltas torpes. Ensayan algo parecido a un vals. Viene hacia mí. Lo aparto con una mano.

Eran tiempos de comenzar. Nuevo curro, nuevo piso compartido, nueva soltería, nuevos amigos. Había estado viviendo un par de años con una chica. Yo era administrativo en un hospital y arreglaba los ordenadores de los colegas cuando se estropeaban. Era simple y feliz. Un día la chica y yo rompimos, a la semana siguiente pedí la cuenta en el trabajo. Poco más que contar. El dolor de las cosas que se acaban, la incertidumbre de buscar faena, la historia de siempre. Encontré una habitación en lo de la Luisa, un antiguo amigo me comentó que buscaban alguien en Inventa y empecé a frecuentar El Calipso.
Cumplía treinta años en breve. Era como nacer de nuevo.

5.

Subo a la azotea con un puro, la Biblia y un vaso de Macallan sin hielo. Es el único wisky que soporto. Siempre tengo una botella. Mi pequeño lujo. El puro es un Montecristo del 4. La Biblia, de principios de siglo -del siglo XX- raída, manoseada, fue del padre de mi madre.
Contemplo la ciudad, fumo y bebo despacio, saboreando Escocia. La malta baja mi garganta relajándome. No hay frío. Es febrero pero el invierno ha sido leve. Un solecito guapo alegra los huesos y me hace feliz.
A lo lejos el reloj del BBVA, insomne, contándonos el tiempo en negro sobre blanco. Girando para todos, por partida doble, las manecillas sobre su centro y a la vez el reloj completo sobre el eje vertical que lo ata al edificio. La sagrada familia, siempre inconclusa, advirtiendo que sólo el deseo es eterno. El mar más allá, a la derecha el puerto, después el sur, África, el desierto.
Quizás alguien me mire desde Argelia.

¿Acaso nos desechará el Señor para siempre?
¿Ya no volverá a ser propicio?
¿Se ha agotado su misericordia?
¿Se han acabado sus promesas?
¿Se ha olvidado de ser clemente?
¿En su ira ha cerrado su compasión?

Fumo despacio. Disfruto cada átomo de este puro de nombre distante. Mi mente en blanco. No necesito fórmulas budistas. Ahora mismo sólo soy cebada, alcohol y humo. Y dos ojos que se tragan la ciudad.

6.

Los pechos de Neus son duros, enormes. Mis dos manos no abarcan uno. Está encima de mí. Moviéndose sin pausa. Me siento un niño de historias manga violado por su maestra lasciva. Intento incorporarme, morderla. Ella me empuja contra la cama. Quiere un orgasmo y nada va a detenerle. Tiene los ojos cerrados. No habla, casi no gime. Está concentrada.
La llamo por teléfono cada dos o tres meses para saber cómo está. Siempre dice que todo bien y me cuenta alguna tontería del trabajo, de la hija, de su vida. Un día me llama y pregunta si me apetece verla. Jamás me he negado. Quedamos en cualquier bar. Ella bebe vinos, yo cervezas. Hablamos horas. Somos muy amigos. Terminamos invariablemente en su cama. Unas veces follamos bien, otras no tanto. Despertamos abrazados con el sol de las siete que atraviesa su ventana.
La conocí en un bar. Noche vieja. Hace años. Bailamos. La invité a cerveza. Aceptó pero dijo que quizás no le convenía. Cuando bebo mucho pierdo la cabeza, dijo. Mejor, dije yo, así me aprovecho de ti y te llevo a mi cama. Igual sí, dijo y sonrió. Hablamos del amor, de los sucedáneos del amor, de su hija «este año lo empieza con su padre». Sobre las cinco de la mañana dije que me iba. «Termino esta cerveza y me voy a casa, si quieres vienes conmigo» Puede ser, dijo. Fuimos a su casa. Amaneció mientras follábamos. Nos besamos tiernos y nos deseamos feliz año.
Se ha corrido, me he corrido enciende un cigarro y lo fuma relajada. Estoy recostado sobre su muslo. La acaricio. Pienso que pronto seré viejo, que debería ahorrar, casarme, tener hijos. Pienso en como sería vivir con Neus.
De pronto mira el reloj. Se levanta apurada. Contemplo su cuerpo mientras se viste, sus tetas enormes que se mantienen firmes a pesar de sus trentaymuchos.
- Tienes que irte, dice, en cualquier momento llega Marta con su abuelo.

7.

Lorena y yo nos hicimos amigos. Ella también acababa de salir de una relación. De su ex hablaba poco. Siempre tuve la sospecha que ni siquiera había sido un tipo que la había marcado. Estuvieron juntos nueve años pero daba la impresión que si Lorena echaba algo a faltar de ese tiempo era la cálida costumbre de no sentirse sola en casa. Cada día, sobre las 10:30 yo desayunaba y le llevaba un café con leche de la máquina. Ella no podía alejarse de la recepción. Sobre las 2:00 comíamos. Se traía elaborados platos que calentaba en el microondas. Lasaña de carne y berenjena, rissoto de parmesano con salmón y piñones, Bacalao al Idiazabal. Parecía que pasara toda la noche cocinando. Era divertido comparar sus tuppers con los míos. Siempre pasta o arroz con salchichas que me hacía a toda velocidad en las mañanas antes de ir a trabajar. A veces ella traía comida de más y me alimentaba como una hermana o una novia hacendosa.
- Hoy tocan lentejas, querido
- Si me gustan las como y si no…
- Pues ya sabes
- ¿Llevan verduras mamá?
- Claro cariño
- No me gusta lo verde
- El verde te hará grande, tienes que comer verduritas, pescado y frutas.
- Bueno bajaré al super a comprar un postre
Traía tartas de chocolate, helados, profiteroles. Cualquier cosa cercana a las 1000 calorías. Lorena se lo comía a regañadientes. Juraba que lo sudaría luego en el gimnasio.
- Me obligas a hacer horas extras malvado.
- Ya estás bien así mami.
- Ya lo sé pero si me guío por tu dieta, en dos meses pareceré una foca.
- Así nadie te mirará y te tendré solo para mí.